viernes, 4 de noviembre de 2011

Feliz cumpleaños

Alex siempre sabe cuando me tiemblan las piernas. Lo nota por esa percepción que los gemelos comparten y unos dicen que existe y otros que no existe. Y sí, existe. También sabe cuando permuta el timbre de mi garganta, que se vuelve suave y delicado. Y cuando varían mis chistes, que aparecen por cuentagotas en el momento justo, al final, justo cuando no conviene. Pero eso no solo lo sabe Alex, también Ángel, Pili, Jose, Alberto, Juan y todos estos. Odio reconocer que me conocen tanto. Que le dé tan poco y ellos vuelvan a sacar petróleo como si fueran químicos o artificieros o algo así. Odio que sepan que todo cambia cuando ella está delante. Que si la miro, creo que se congela el tiempo pero el tiempo pasa y me vuelve ridículo, torpe, incapaz.

Paseo por el pub ya borracho, colgado al hombro de Laure. Lo que más le pesan son mis tópicos típicos: que le hable de los Cabrones de Siempre, de lo guapísimas que son Karen y María, de que tengo dos euros en el bolsillo y el próximo cubata me lo van a cobrar a tres. En Jerez las cosas están tiradas por el suelo, quizás por eso tuve que marcharme, para incorporarme y sentir que voy andando aunque no sepa muy bien hacia dónde. Laure pide dos cubatas y esperamos. Al otro lado, Pili bebe una Sin y una de las niñas le toca la barriga. Esta gente siempre deja eso, fotografías que solo existen en mi cabeza.

Tomo el cubata y regreso. Por el camino veo a la gente de pié o sentados mirando al escenario, hipnotizados por esa canción en la que Rafa habla de todos sin permiso, y mientras vuelvo atrás intentando recuperar mi sitio. Y mi sitio está junto a ella. Me hace hueco, me acoge y yo le quiero decir que hace bien, que ya hace tiempo que debería estar aquí conmigo y con los míos, que ya escribía sobre ella cuando era un crío y ahora le voy a escribir una vida de cuento, que sabe que soy grande y que llegará el momento que no tendremos que pedir limosna, que me perdone si, sin quererlo, me pongo nervioso y me tiemblan las piernas y vibra mi voz, pero que no soy ningún cobarde, solo tiemblo porque miro el son de sus besos. Quiero decir eso, pero luego solo digo que si quiere beber un trago. Ella da un sorbo de mí y me besa. “Feliz cumpleaños”, dice. Y yo contesto: “Sí, desde luego, feliz cumpleaños”.

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